Simplicidad
Hoy escribe... Fernando Grosso, Director Ejecutivo del CEDELI
SIMPLICIDAD
Guillermo
de Ockham fue un fraile franciscano que vivió entre los siglos XIII y XIV, como
ya en aquella época era difícil mantenerse con un solo empleo, el pobre
Guillermo además de sus obligaciones eclesiásticas se ganaba la vida como filósofo
y barbero, de allí que uno de sus postulados más conocidos se conoce como el de
“la navaja de Ockham”.
Dicho
postulado se resume en la idea que en igualdad de condiciones, la explicación
más sencilla suele ser la más probable. Esto significa que ante una situación
determinada, que admite ser abordada a partir de diversas alternativas y
presumen las mismas consecuencias, la opción más simple tiene más
probabilidades de ser correcta que la compleja.
El
principio de la navaja de Ockham, con distintos niveles de aceptación y
controversia se aceptó durante muchísimo tiempo como uno de los principios
esenciales de las decisiones económicas, a pesar de que hoy día ha perdido
bastante de su prestigio.
No
obstante su carencia de sustento realmente científico, que ha contribuido a
dicha pérdida de reconocimiento en el marco del rigor tradicional de la
disciplina económica, en lo personal creo que encierra un profundo valor como
base de reflexión para un sinnúmero de situaciones de la vida cotidiana en la que
sin duda lo más sabio es escoger la alternativa más simple.
¿Por
qué en tantas ocasiones tenemos esa tendencia a complicar las cosas? Muchas
veces me pregunto si es un problema de diagnóstico, de falta de comprensión o
si nos vemos demasiado inmersos en lo que yo llamo una suerte de “síndrome de
la excepcionalidad”…
Tal
vez nos hemos creído tanto la idea de que cada uno es un “individuo especial”
(qué sin duda lo es, pero no en la mayoría de las cosas), que creemos que
nuestros problemas son decididamente especiales y en consecuencia solo podrán
ser sobrellevados con decisiones de excepción.
Y
créanme que la mayor parte de las veces esto no es así: la mayor parte de
nuestros problemas son similares a los que tienen decenas de miles de personas
en el planeta, porque más allá de nuestra singularidad como individuos, no
podemos evitar una base de comportamientos y sentires que son propios de la
especie.
Tal
vez pudiéremos ser mucho más felices de lo que somos, si apeláramos a nuestra
memoria ancestral (bautizada popularmente como “sentido común”), dejáramos de
complicar las cosas y cultiváramos en noble arte de la simplicidad.
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