DESAPEGO
Hoy escribe... Fernando Grosso, Director Ejecutivo del CEDELI
En la tradición budista, la idea del desapego (no-apego) representa el estado de una persona cuando es capaz de superar sus lazos de unión al deseo por las cosas, las posesiones materiales y las personas, consiguiendo una perspectiva más elevada, como primer paso hacia la “iluminación”.
Tal
vez expuesto así, la sensación que trasmita sea de una respuesta fría y
emocionalmente distante, hasta inclusive de un desproporcionado egoísmo, que
niega la propia naturaleza del hombre, pero en realidad esta primera lectura
está bastante alejada de la realidad.
El
desapego es una virtud indispensable para el crecimiento interior y todos
deberíamos hacer un esfuerzo por cultivarlo, como una de las virtudes
esenciales para una serena existencia.
Desapego
no es desamor, ni tampoco desinterés por las cosas, no implica en modo alguno
desprendernos de las cosas que nos son importantes, romper vínculos afectivos o
no involucrarnos en nuestros compromisos frente a los otros.
Si
significa que nuestros lazos deben plantearse desde el equilibrio y la
templanza, evitando que los mismos dañen nuestro ser interior y nos arrastren
en pasiones autodestructivas.
Desapego
implica comprender la naturaleza de la vida, que es un devenir ininterrumpido,
un tránsito constante por distintos lugares, situaciones y personas, que nos
enriquecen y a quienes debemos tratar de enriquecer con todo nuestro ahínco,
pero que no debemos permitir que en ningún momento se conviertan en un anclaje
negativo para nuestro propio desarrollo.
El
desapego es una reafirmación de nuestra responsabilidad individual y de la
preservación de lo más puro de nuestro ser. Cada uno es artífice de su propia
existencia y de cada paso que da y debe tener la templanza suficiente para
desprenderse de aquello que lo limita, por agradable que pueda haber sido en
algún momento.
No
pongas en la mochila de los otros tu propia felicidad y tampoco permitas que
esos otros pongan la suya entre tu equipaje. Esto siempre es pernicioso para
todos y termina acarreando las peores frustraciones. Nunca se trata de ser
feliz con otro, en todo caso uno tiene que ser feliz con uno mismo y compartir
esa felicidad con otros (que también adopten esa misma conducta).
La
vida es un devenir, decíamos en párrafos anteriores, y es virtud del hombre
sabio asumir la impermanencia: todo cambia en forma constante, todo se
transforma. La ley principal del universo es la fluidez y solamente pueden
alcanzar el máximo potencial en su existencia quienes son capaces de fluir con
él.
Las
personas quedamos muchas veces atrapadas en las imágenes de lo que alguna vez
paso, sin darnos cuenta de lo vano del esfuerzo y la medida en que el mismo nos
limita en la búsqueda de lo superador.
El
apego a las cosas que fueron termina siendo tóxico y nos impide avanzar,
restringe nuestra libertad y en consecuencia absorbe nuestra energía vital.
Promover la propia libertad es la mejor forma de ayudar a los otros a ser
libres también y de esta manera poder construir cosas que sean realmente útiles
para todos.
Cultivar
el desapego, no implica negarse la posibilidad de amar, pero ese amor es
siempre un amor maduro, sin dependencias, un amor entre iguales que eligen
gratificarse mutuamente pero sin perder su propia identidad. Cuando el
individuo deja de reconocerse por lo que es en su propia dimensión, es él mismo
quien abre de par en par la puerta de su sufrimiento.
Cultivar
el desapego no es privarse de los placeres mundanos, ni empeñarnos en renunciar
a lo material cuando su posesión es grata; pero implica no permitir en modo
alguno transformarnos en esclavos de esas posesiones y perder de vista la
magnificencia de las cosas más sencillas.
Debemos
asumir que las perdidas irremediablemente se van a producir más tarde o más
temprano, pues nada puede contenerse eternamente. Debemos asumirlo con entereza
e integridad, capitalizando el mayor aprendizaje posible, elaborando los duelos
que correspondan, honrando el dolor sin permitir que se transforme en
sufrimiento y alistándonos para las sorpresas que nos deparará el próximo
recodo del camino.
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