ELABORAR NUESTROS DUELOS
Hoy escribe...
Fernando Grosso, Director Ejecutivo del CEDELI
La
idea de “duelo” está directamente ligada a la elaboración de la perdida. Es un
proceso de recomposición emocional que nos permite superar un hecho doloroso,
no a partir del olvido, sino mediante la cabal comprensión del devenir y la
naturaleza de la vida.
En
general, solemos asimilar la idea de “estar de duelo” con la perdida física de
un ser querido, pero también existen muchas otras ocasiones en las que sentimos
que “algo que era nuestro” se ha perdido y hasta inclusive que la vida “es
injusta con nosotros”.
Afrontar
el duelo es algo natural, propio de la necesidad de sostener nuestra salud
mental y poder seguir adelante con el propósito que nutra nuestro sentido
vital.
La
persona que es incapaz de elaborar su proceso de duelo (por dura y
traumatizante que sea la perdida) termina vaciando la esencia de su humanidad e
inconscientemente, deshonrando su propia vida.
El
proceso natural de elaboración de la pérdida, el duelo propiamente dicho,
requiere atravesar estados emocionales diversos, que se estructuran en una
secuencia lógica dando forma a distintas etapas.
Así,
todos sabemos que la primera reacción humana frente al impacto de la pérdida es
la negación: “esto no puede estar pasándome”, “es apenas un mal sueño”… Nos
conmueve, pero no terminamos de asumirlo. El gran desafío es entender
tempranamente que efectivamente es así, que no soy un bicho raro ni nada que se
le parezca, que esto que está pasándome podría no haber ocurrido, pero lo hizo
y eso no me hace especialmente desgraciado, pues es algo que podía suceder en
el orden natural de la vida.
Asumida
la realidad de lo sucedido, es normal que nos invada la ira, que nos enojemos
con nosotros mismos, con otros y con la vida, es el momento de los reproches,
el desmenuzamiento de las causas, la búsqueda de culpabilidades…
Muchas
veces este tipo de conductas punitivas (internas o externas) se confunde con el
aprendizaje, aunque es algo totalmente distinto: el aprendizaje tiene que ver
con la responsabilidad, no con la culpa. Son cosas totalmente distintas.
El
individuo que no es capaz de trascender la etapa de ira, que la prolonga
indefinidamente en el tiempo, indefectiblemente termina corrompiéndose a sí
mismo con el veneno del resentimiento.
Superada
la etapa de la ira, es natural que elaboremos un verdadero proceso de
“negociación” entre nosotros mismos y el entorno que nos rodea, que encontremos
justificativos y hasta inclusive que forcemos explicaciones que tal vez no
respondan a la realidad. No obstante ello, lo más probable es que el proceso
natural de ajuste de nuestras propias expectativas y la comprensión profunda de
los hechos no permitan evolucionar naturalmente hacia estados emocionales más
estables.
Reconciliados
con el mundo, debemos asumir que nos nuestra alma dará paso al dolor emocional
de mayor arraigo: la tristeza y no hay que reprimirla: nada tiene de malo
“estar triste” por la perdida y transcurrir algún tiempo abrazado a la tristeza
es necesario como una indispensable parte del proceso de reconstrucción.
Finalmente,
llegamos a la “aceptación”: comprendemos que el tipo de pérdida que hayamos
tenido es algo natural de la vida y aún en los casos que genuinamente pudiera
responder a verdaderas situaciones excepcionales, no escapan a las
posibilidades reales y que en todo caso, la dimensión de la vida es mucho más
amplia que las circunstancias puntuales que pudieran agraviarla.
No
es lo mismo aceptar que olvidar, de la misma manera que no es lo mismo el dolor
que el sufrimiento: No podemos evitar que nos pasen cosas dolorosas, si debemos
evitar quedarnos anclados a ellas. No podemos evitar que el propio devenir de
la vida nos genere heridas, si debemos evitar que esas heridas permanezcan
eternamente abiertas.
El
aprendizaje sobre el manejo de nuestros duelos es algo que está íntimamente
vinculado a la comprensión de la naturaleza profunda de las cosas, que no es
otra que la de entender el verdadero sentido de la vida.
Comentarios
Publicar un comentario