UN VERDADERO EQUIPO

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Dr. Fernando Grosso - Director Ejecutivo, CEDELI


Ya hemos dicho en innumerables ocasiones que el ser humano es esencialmente gregario, puesto que ante todo es un animal social: la vida en comunidad es un requisito ineludible para su supervivencia y prosperidad.

 

Hemos sido dotados por el orden natural de un don invalorable: la palabra. Y nuestra capacidad lingüística es lo que nos ha permitido edificar esa prosperidad a partir del desarrollo de organizaciones complejas, que se han sofisticado generación a generación, permitiéndonos potenciar nuestras capacidades y superar en forma constante nuestros propios logros.

 

Está claro que la iniciativa individual es un punto de partida esencial para cualquier progreso, pero ningún individuo, por talentoso y dedicado que sea, puede alcanzar en ninguno de los órdenes de la vida, logros realmente importantes sin la ayuda de otros.

 

Cualquiera sea la dimensión del proyecto que encaremos, se concretará y potenciará si somos capaces de formar en torno a él un verdadero equipo.

 

Formar un equipo, es mucho más que reunir un grupo (por más que la diferencia lingüística entre ambos términos parezca hacer obvia la diferencia): muchas personas que presumen de poder diferenciarlo claramente, dudan al momento de poder establecer con claridad cuáles son los componentes determinantes de uno y otro y así fracasan en su desarrollo.

 

Muchos se vanaglorian de los “buenos grupos” que han sabido formar, pero en los hechos se observa que parece faltarles algún aditamento para que esas personas reunidas tras una causa puedan cooperar como una unidad para potenciarse en logros comunes.

 

Los buenos grupos están formados por personas confiables, solidarias, que se comprometen con un fin común y probablemente ponen su mejor esfuerzo para conseguirlo… Pero un verdadero equipo es mucho más.

 

En un equipo, las personas se complementan sin egoísmos y con plena confianza en las tareas que cada uno realiza. Las destrezas son compartidas y el aprendizaje común fluye en cada acto.

 

Existe un sentido claro de pertenencia, rituales concretos que lo alimentan cada día y que moldean una auténtica mística que se transmite a cada nuevo integrante y que los guía hacia su superación permanente.

 

Los resultados que se obtienen por el esfuerzo común no son accidentales, ni dependen del mero talento individual, porque colectivamente se han descubierto las causas y las condiciones en las que pueden sostenerse a largo plazo.

 

La construcción de un verdadero equipo no es un hecho fortuito o eventual, no está condicionado por casualidades ni es el producto de designios metafísicos. Es ante todo una tarea artesanal que debe encararse con paciencia y disciplina y esta construcción, decididamente no es una tarea que pueda llevarse a cabo desde el acervo colectivo, requiere de un individuo que la conduzca: no hay equipo que pueda gestarse sin la figura de un líder.

 


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