De nuestro último libro: Política y poder en las organizaciones (fragmento)
Hoy escribe... Fernando Grosso, Director Ejecutivo del CEDELI
Política y poder en las organizaciones
Un reconocido psicólogo
estadounidense, David McClelland estudió profundamente el campo de las
motivaciones humanas y la forma en que ellas se convertían en el motor del
comportamiento. Su principal teoría, en forma muy sintética, nos dice que la
acción humana se construye en torno a tres grandes fuentes motivacionales: la
necesidad de logro, la necesidad de afiliación y la necesidad de poder.
En muchas personas prevalece la
llamada necesidad de logro: la búsqueda de desafíos y la concreción de
objetivos establecidos en forma autónoma es el factor movilizador central de
sus comportamientos. En otras, la prevalencia se vincula con la necesidad de
afiliación: el establecimiento de vínculos afectivos y la pertenencia a un
entorno social son los factores determinantes de las conductas. Finalmente,
muchas otras personas actúan movilizadas ante todo por las necesidades de
poder: el deseo de tener impacto en el comportamiento de otros e influir sobre
su accionar.
En realidad todos los seres humanos
tienen los tres tipos de necesidades y según los rasgos dominantes en su
carácter pueden prevalecer unas u otras. Pero esto, como demostrarían las
numerosísimas investigaciones del autor, no son factores que permanezcan
estáticos a lo largo del tiempo, sino que en una misma persona tienden a
evolucionar y transformarse en forma permanente.
La necesidad de poder del ser humano
siempre está allí. No es ni buena ni mala, simplemente es una cuestión
comportamental que debemos aprender a
administrar en nosotros y en aquellos que nos rodean.
Para tranquilidad de nuestros legítimos reparos éticos, Henry Mintzberg (otro reconocido estudioso de las organizaciones, su constitución y dinámica) nos da una respuesta interesante sobre el particular: “No podemos evitar involucrarnos en la lucha por el poder dentro de una organización, en todo caso podemos decidir siempre el marco de valores con la que regularemos nuestra acción en la misma”.
El espacio de la alta dirección en
una empresa es indudablemente un espacio fértil para la acción política y todos
actúan en ella de una u otra manera: algunos se limitan simplemente a proteger
sus privilegios dentro de sus “feudos”;
otros, construyen a partir de sus centros de poder la escalabilidad
necesaria para fortalecer un proyecto unificador en torno a la misión
institucional.
Coaliciones de poder, papeles y roles
Más allá de lo que formalmente nos
muestre el organigrama de la empresa (y toda la parafernalia administrativo
burocrática que lo acompañe) el funcionamiento real de la misma y sus procesos
decisorios están determinados por la interacción de sus distintas coaliciones
de poder.
Una coalición de poder representa un
conjunto de alianzas explícitas e implícitas que vinculan a distintos
integrantes de la organización nucleándolos en función de proyectos,
orientaciones o iniciativas estratégicas que articulan en forma directa con intereses
particulares de grupos o individuos.
Este tipo de alianzas que amalgama lo
individual, lo grupal y lo corporativo puede resultar extraña en su comprensión
si uno busca un anclaje demasiado “teórico” para la explicación de lo que
resulta el fenómeno organizacional, pero es absolutamente real y… estrictamente
humana: los intereses de las personas en cualquier marco social en el que
interactúen se presentan siempre de esta manera.
Los integrantes de cada coalición se
prestan apoyo en sus distintas iniciativas, comparten una misma línea
discursiva e inclusive ceden recursos de propia administración para favorecer
el desarrollo de sus aliados.
En todo momento existe una coalición
dominante que marca el rumbo presente de la organización, pero esto no obstaculiza
le existencia de coaliciones secundarias que disputan igualmente distintos
espacios.
Las coaliciones de poder son por lo
general heterogéneas en su conformación y más allá de afinidades e intereses
compartidos opera en su constitución principios muy similares a los que se
encuentran presentes en cualquier dinámica de grupo: los individuos que las
componen asumen distintos papeles y juegan distintos roles en el funcionamiento
de la misma.
Esos distintos roles la mayor parte de las veces se definen en forma espontánea a partir de los propios rasgos de carácter, la experiencia organizacional adquirida y las estrategias personales con las que cada individuo busca promover su desarrollo.
Observando los roles que
habitualmente se presentan en la amplia mayoría de las coaliciones de poder que
interactúan en las organizaciones, utilizo a menudo una metáfora para
identificar sus conductas habituales y el perfil de su accionar a partir de
animales que simbólicamente los representan: osos, águilas, tortugas y
cucarachas…
Los “osos” son impetuosos, usualmente
dominantes, disfrutan de llamar la atención y sentirse en el centro de la
escena. Son capaces de generar un alto volumen de actividad y se caracterizan
por manifestar en su acción una gran disciplina y compromiso hacia la
organización y su coalición de pertenencia. Son rápidos en la toma de
decisiones y no tienen dificultad en asumir riesgos, cuentan con un alto grado
de autoconfianza y la prepotencia de su trabajo le permite abordar en forma
constante nuevas responsabilidades.
Caracterizados por mantener en todo
momento un “perfil alto” en ocasiones pueden cometer torpezas y generar
conflictos innecesarios, por lo que deben ejercer un permanente autocontrol y
esforzarse para actuar en forma prudente en los momentos de crisis.
Según las características propias de
la cultura de cada organización y el contexto en que se desenvuelven, los osos
suelen disputar con frecuencia el rol principal de liderazgo dentro de la
organización y en muchas ocasiones lo consiguen.
Las “águilas” son medidas y hasta por
momento pueden parecer distantes de la coyuntura: parece estar siempre “por
encima” de la cotidianeidad y sus presiones. Son hábiles para marcar sus
propios tiempos y establecer sus prioridades. Esencialmente diplomáticas, son
valoradas por su visión y la perspectiva sistémica con la que son capaces de
analizar cada problemática.
A veces reciben críticas de su
entorno por lo que se juzga como un “bajo nivel de compromiso”, con lo que
muchas veces son desplazados en los momentos críticos de la participación en
los centros decisorios principales.
Hábiles negociadores, sin embargo,
son capaces de reconstruir en forma permanente su tejido de alianzas, lo que
los mantiene en una primera línea de consideración. Al igual que los osos, pero
sujetos obviamente a otros tipo de condicionamientos y realidades, las águilas
también son en muchas ocasiones buenas candidatas a consolidarse en el
liderazgo corporativo.
Las “tortugas” a menudo parecen
lentas y poco decididas, pero hacen de la constancia y el sostenimiento de la
dirección escogida su principal virtud. Habitualmente cultoras de un perfil
bajo y hasta por momento condescendiente, rara vez son generadoras de
conflictos y suelen tener vínculos amables con la mayoría de las personas.
Como consecuencia de su temperamento
a menudo son menospreciadas en su capacidad ejecutiva y difícilmente se las
asocie con momentos de crisis o en la conducción de situaciones que impliquen profundas
transformaciones en la empresa. Las tortugas difícilmente puedan alcanzar las
principales posiciones del liderazgo corporativo, pero todo “número 1” siempre
deseará tener algunas por compañía ya que le garantizan un andar regular en la
coyuntura.
Finalmente, caractericemos a las
“cucarachas”. Despreciadas por la mayoría, se caracterizan sin embargo por algo
que todos reconocen: su adaptabilidad y capacidad de “supervivencia” frente a
casi cualquier situación.
Siempre están presentes en todo
momento y por más que todos en algún momento se proponen erradicarlas, muy
pronto desisten en su idea asumiendo que la misma es imposible de concretar o
requiere un esfuerzo innecesario.
Seguramente nadie quisiera tenerlas
como compañeras de ruta, pero es inevitable su presencia y aprender a convivir
con ellas más allá de la aversión que nos genere, ya que inevitablemente
siempre formarán parte de la “fauna” empresarial, aún en la alta dirección
(¡aunque nadie atine a explicarse cómo fue que llegaron allí!).
No importa en definitiva que tipo de
animal corporativo quieras o puedas ser (en definitiva eso estará condicionado
por tu carácter), pero si resulta indispensable que puedas reconocerte y
reconocer a tu entorno. Esto último será fundamental al momento de identificar
fuerzas cooperativas en tu entorno y trazar tu política de alianzas.
En
la definición básica de lo que entendemos por estrategia, todos identificamos
con claridad la idea de la existencia de fuerzas competitivas. Como ya lo
expresáramos anteriormente: factores de oposición que actúan en forma más o
menos deliberada para obstaculizar el cumplimiento de nuestros objetivos.
Muchas
veces, en cambio, no se advierten con tanta nitidez la presencia de fuerzas
cooperativas que representan una potencialidad de alianzas y la posibilidad
cierta de construir lealtades reciprocas.
Identificar
con claridad las fuerzas cooperativas que interactúan en el contexto en que nos
desempeñamos y poder establecer vínculos productivos con ellas es un requisito
fundamental para el cumplimiento de nuestros objetivos y generalmente
representa un factor fundamental para desequilibrar la relación de fuerzas
existente con el oponente a nuestro favor.
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