¿Cómo funcionan los equipos exitosos?
Hoy escribe... Fernando Grosso, Director Ejecutivo del CEDELI
Después
de investigar el comportamiento de decenas de equipos de trabajo a lo largo de
varios años en organizaciones de distinto tamaño y actividad, hemos concluido
que más allá de las particularidades de cada uno y de las personas que los
integran, lo mismos reúnen características comunes que se repiten con llamativa
frecuencia:
- Una
sólida visión compartida.
- Absoluta
claridad en la definición de objetivos y metas comunes
- Una
vocación permanente de aprendizaje colaborativo.
- Una
actitud lúdica hacia el trabajo, no exenta de un profundo compromiso.
- Valores
de convivencia consensuados y fuertes adhesivos sociales.
En
los equipos exitosos, las personas desarrollan numerosas instancias comunes que
les permiten generar vínculos entre ellas más allá del ámbito laboral. Esto
favorece la solidaridad y la confianza.
Desde
ya que este tipo de conductas no se generan en forma instantánea como decíamos
en párrafos anteriores: construir un equipo de trabajo que realmente actúe como tal demanda de mucho
tiempo y esfuerzo, puesto que lo verdaderamente crítico de esta tarea
edificante pasa por ser capaz de crear un modelo mental colectivo que se
alimente de valores tales como la confianza, el deseo de progreso, la
tolerancia, la solidaridad, la responsabilidad y el compromiso, cosas que como
todos sabemos no se adquieren “enlatadas”.
Más
allá de esfuerzos voluntariosos –y a veces, ni siquiera eso- parecería que
forjar un espíritu auténticamente cooperativo en las operaciones cotidianas
termina siendo más una expresión de deseos que una realidad tangible.
Son
muchos los factores que inciden sobre esta realidad, el más claro sin lugar a
dudas es la impaciencia con la que muchos directivos se movilizan en torno a
estos objetivos y los prematuros abandonos que la tarea de trabajar en el
desarrollo del equipo arroja como consecuencia: Formar un gran equipo, no es
tarea de unos días o de estímulos aislados que se generan en los “ratos
libres”. Es una actividad de tiempo completo que debe desarrollarse en forma
artesanal durante un largo periodo.
Lamento,
en este sentido, la decepción que estas últimas palabras puedan generar en el
lector, más si aún considera que vale la pena hacer el esfuerzo de comenzar a
diseñar la arquitectura de un equipo exitoso (puedo asegurarle que los
resultados que obtendrá a partir de un equipo consolidado compensarán con
creces el esfuerzo).
Hay
una gran verdad que por obvia que resulte no siempre se tiene en cuenta: No se
forma un gran equipo sino a través de individuos predispuestos a hacerlo.
La constitución de un gran equipo nunca es en sus inicios un fenómeno
“espontáneamente colectivo”, el trabajo inicial se desarrolla sobre los
individuos, en la transformación de su modelo mental y en el fortalecimiento de
su autoconfianza: en general quienes más resistencia presentan a trabajar en
equipo son las personas inseguras que temen que su individualidad quede
subordinada a los designios del resto.
La
seguridad personal de un individuo en su rol y actividad –y a partir de allí su
disposición cooperativa- depende esencialmente de un conjunto de elementos
respecto de los cuales el líder tiene que convertirse en el principal garante:
-
La asignación de tareas que permitan a las
personas poder emplear sus mayores capacidades (dejar de pensar en términos de
las debilidades de cada uno y concentrarse fuertemente en los puntos fuertes,
haciendo sentir a cada individuo alguien importante a partir de sus
condiciones)
-
La inspiración de las personas a partir de una
mirada de largo plazo que les permita visualizar su crecimiento y progreso
personal (las personas necesitan sentirse protagonistas de una historia
desafiante, no meros actores de reparto de la rutina cotidiana)
-
El compromiso cierto de la organización
(encarnado en la actitud de sus directivos) de comprometerse plenamente con el
cumplimiento de los proyectos y las metas personales de cada individuo. Las
personas no se involucran cuando sienten que sus sueños quedan subordinados al
sueño de otros (por ejemplo, grandes definiciones de visiones corporativas
vacías de significado para el individuo común), sino cuando entienden que la
mejor forma de realizar sus proyectos es ayudando a otros a realizar los suyos.
Está
claro igualmente, que considerar todos esos aspectos no nos garantiza un
verdadero compromiso de las personas, por más que muchas veces imaginemos que
una especie de “quimérica” profesionalidad de ellas las llevará a alinearse con
la idea del trabajo cooperativo hay muchos factores emocionales que habrá que
destrabar para exista un compromiso real.
También
debemos considerar que en muchas ocasiones hay individuos que por su carácter o
por algún tipo de coyuntura personal que atraviesan decididamente no serán
buenos “jugadores de equipo”… Podría extenderme con múltiples ejemplos en este
sentido, pero simplemente haré un comentario sobre algunos de los casos
representativos que más dificultades he podido observar que generan al momento
de construir una comunidad de intereses (¡que, por supuesto, siempre es más
importante que la “organización” para estas cosas!): se trata de los pesimistas
y los quejosos.
Un
verdadero tormento para todo líder al momento de desarrollar una cultura de
trabajo en equipo orientada al alto desempeño.
Desde
ya que no estamos hablando de aquellas personas que ejercen un genuino
pensamiento crítico y son capaces de marcar la diferenciación cuando es
necesario u observar con agudeza aquellas cuestiones en las que el sesgo de
confirmación colectivo puede traicionarnos. Ellas son decididamente
imprescindibles.
Nos
referimos a aquellos que hacen de la queja permanente y de una mirada oscura de
cada acontecimiento una forma de ser y de comportarse frente a los otros. Aún
sin mala fe, siembran el desánimo colectivo y son capaces por si solo de echar
por tierra nuestros mejores esfuerzos por construir una verdadera inspiración
en el resto.
“Bueno…Pero
no puedo segregarlos” –pensará algún conductor en su voluntarismo- … Pues sí:
¡decididamente hay que hacerlo! Hay que asumir que una buena parte de nuestra
labor para generar una cultura de cooperación pasa por una implacable lucha
contra quejosos y pesimistas.
Esa
separación no necesariamente tiene que ser traumática: no implica la exclusión
y mucho menos –como algunos hacen equivocadamente- el escarnio colectivo. En
muchos casos se pueden asignar tareas que no requieran del esfuerzo compartido
con otros o se pueden asignar temporariamente funciones que minimicen la
interacción con el resto de los integrantes del grupo. Al menos como un remedio
temporario, si la actitud cuestionable la interpretamos como algo pasajero.
En
cualquier caso, es una cuestión que siempre deberá ser objeto de nuestra
esmerada atención y seguimiento: créanme que no es un tema menor.
Todo gran equipo parte de la figura de un gran líder, alguien profundamente
comprometido con las personas tanto individualmente como en forma colectiva. La
carencia de un líder sólido a la larga termina disgregando a las personas y
permitiendo la aparición de intereses contrapuestos, luchas de poder y
mezquindades.
La
labor del líder no es totalitaria, pero si totalizadora. Su conducta marca el
rumbo, su acción cotidiana debe concentrarse en la motivación de los
individuos, el fortalecimiento de las relaciones y una permanente dedicación a
la promoción del desarrollo integral de las personas (y está claro, que al
decir esto no me refiero solamente a sus “competencias laborales”).
El
desafío del conductor es tener claro en todo momento los verdaderos mapas motivacionales
de sus dirigidos y operar individualmente sobre ellos en forma continua: nunca
perdamos de vista que la motivación es un fenómeno cíclico que debe alimentarse
creativamente en forma permanente.
Por
otra parte, está claro que un verdadero equipo cultiva como un principio
esencial una lealtad a toda prueba entre sus integrantes y esa lealtad comienza
a construirse a partir de la lealtad de los individuos hacia su líder. El mutuo
entendimiento y el compromiso hacia cada persona es el indispensable cimiento
de esa lealtad.
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