El rol de los gerentes (Capítulo I - Hairetikós)
Hoy escribe... Fernando Grosso, Director Ejecutivo del CEDELI
El
rol de los gerentes
No
creo exagerar al afirmar que los gerentes forman parte de una suerte de nueva
casta de guerreros en la sociedad contemporánea (con todo lo positivo y todo lo
negativo que podría leerse en ello).
Una
sociedad de organizaciones requiere del rol de alguien que se ocupe de mejorar
el forma permanente los recursos que disponen las mismas generando beneficios
concretos para sus distintos públicos de interés.
Hacer
productivos los recursos es, en este sentido, una vieja sentencia que no puede
eludirse para lo que significa la validación del rol. No importa que se trate
de una empresa, una organización de la sociedad civil o una repartición del
sector público la verdadera labor del gerente consiste en “agrandar la torta”…
No solo para aquellos que los contratan y pagan su sueldo, sino para todos
aquellos que forman que sostienen con su aporte esas organizaciones (capital,
por supuesto… pero también otros recursos que involucran el trabajo y el
talento humano).
Esta
idea, bastante tradicional por cierto, de “equilibrio” como requisito
ineludible para la supervivencia y la prosperidad de las organizaciones es
recitado por los estudiosos de la temática como un credo vacío de contenidos,
pues en la práctica muchas veces se pierde de vista con más frecuencia que la
deseada.
Seamos
honestos: ¿Cuántos responsables de la función gerencial son capaces de
enfrentar a sus empleadores para defender, por ejemplo, condiciones ineludibles
que hacen la satisfacción y con ella la mayor productividad de sus empleados?
¿Cuántos apuestan por la real satisfacción de sus clientes, usuarios o
beneficiarios sacrificando a corto plazo el rédito de los propietarios de la
entidad? ¿O cuantos realmente se comprometen en su acción cotidiana para construir
una verdadera ciudadanía empresaria responsable?
Vamos...
Pues no son muchos ¿No?
Detrás
de muchos comportamientos hasta pendulares inclusive, se alinean una vasta
colección de excusas socialmente aceptables que a la larga lo único que
terminan convalidando es un fracaso anunciado de aquel que no comprende y asume
realmente su rol.
NO se
confundan: en el terreno empresario, por ejemplo, si alguna vez les han dicho
que la función de la gerencia es la de maximizar el beneficio de los
propietarios y accionistas… ¡Les han mentido burdamente!
En el
mejor de los casos, la maximización del beneficio es un derivado de la creación
de valor para todos los grupos participantes de la organización y para ello
ante todo es necesario garantizar la supervivencia.
Por
supuesto que para esto se requiere generar un excedente económico, pero ese es
solamente uno de los requisitos necesarios para
la supervivencia. El buen gerente piensa ante todo en la sostenibilidad
a largo plazo, es capaz de comprometerse hasta las últimas consecuencias con la
protección de los intereses de los distintos grupos que actúan en la empresa y
para ello deben cultivar la actitud de “ir todos los días a su trabajo
dispuestos a que los despidan” (como dice algún viejo amigo y colega).
Desde
este punto de vista se convierte en un “jugador infinito”, administrador de
tensiones e intereses contrapuestos, componedor de conflictos y constructor de
consensos. Su labor se embebe de una verdadera vocación de servicio que derrama
sobre todos aquellos que sabe que resultan indispensables para que la
organización pueda seguir su marcha.
…deben cultivar la actitud de “ir todos
los días a su trabajo dispuestos a que los despidan”
Está
labor es especialmente estresante (más allá de la lógica presión por obtener
resultados) pues debe involucrarse de lleno en cuestiones puramente políticas
de la vida organizacional, reafirmar su autoridad frente a todos los sectores
de la organización y cultivar una genuina construcción de poder con una mirada
de largo plazo (por efímera que pueda anticiparse su gestión).
Para
poder desarrollar eficazmente la misma es necesario ante todo desarrollar una
importante fortaleza mental y trabajar arduamente en el desarrollo de un
conjunto de competencias esenciales que claramente están más allá de su formación técnica o
profesional.
A
menudo utilizamos una expresión que a muchos puede generarles un cierto grado
de conmoción (válida por cierto si sirve para movilizar su reflexión): para un
desempeño eficaz como “gerente” hay que empezar a pensar como tal y dejar de
pensar como “empleados”.
Si la
asunción de un rol gerencial no encierra un gesto de una sana rebeldía que
implica dejar de hacer simplemente lo que te indican o es “políticamente
correcto”, para pasar a comprometerse profundamente con aquello en lo que las
convicciones nos guían a hacer, estaremos prostituyendo gravemente el rol.
No se
trata por supuesto de convertirse en una especie de “kamikaze” terco e
imprudente, pero si entender que la integridad no se negocia y dar testimonio
de ello a cada momento y en cada lugar.
Si la asunción de un rol gerencial no
encierra un gesto de una sana rebeldía que implica dejar de hacer simplemente
lo que te indican o es “políticamente correcto”, para pasar a comprometerse
profundamente con aquello en lo que las convicciones nos guían a hacer,
estaremos prostituyendo gravemente el rol.
Por
supuesto que no hay ninguna carrera de formación académica que nos permita
construir este tipo de habilidades: un camino que hay que recorrer en solitario
y que implica cuestiones tan básicas (pero tan difíciles a la vez de adquirir)
como una filosofía de vida acorde, un alto grado de conciencia emocional y el
desarrollo de hábitos productivos que nos empoderen a nosotros mismos de autonomía
y responsabilidad práctica en la acción.
Una formación gerencial efectiva
Veo
como muchos jovenes profesionales, muchos de ellos con altísimos niveles de
formación técnica para aquellas funciones que les conceden fracasan
estrepitosamente por carecer de habilidades gerenciales básicas: la
comunicación, la motivación, la negociación, la formación de equipos...
Muchas
veces caen en la trampa de imaginar que el perfeccionamiento o la
especialización en sus habilidades técnicas les permitirán consolidarse en su
rol y desarrollarse en su carrera y esto se constituye en una grave falacia de
la que lamentablemente a ves toman conciencia demasiado tarde.
En
modo alguno ser un gran especialista en un campo te garantiza poder desarrollar
con eficacia la gestión gerencial.
Permítanme
que ponga especial énfasis en esto: que “sepas” cada vez del campo científico
y/o técnico en el que te has formado no te va a hacer mejor gerente, tal vez
solamente te convierta en un “asno diplomado”.
Los
gerentes verdaderamente eficaces no son aquellos que dominan el último concepto
técnico, aplican sofisticados modelos científicos y se constituyen en
verdaderas enciclopedias de su campo del saber. Los gerentes verdaderamente
eficaces son aquellos que saben dirigir personas, equilibrar fuerzas políticas
antagónicas, generar buenos vínculos sociales y ser capaz de transformar los
mismos en un verdadero compromiso de todos con su tarea.
En modo alguno ser un gran especialista
en un campo te garantiza poder desarrollar con eficacia la gestión gerencial.
Frente
a la realidad de la manifiesta incompetencia (todos en algún momento la
sienten, aunque no se acierte a interpretarla inicialmente) se recurre
habitualmente a diversos recursos y la improvisación en torno a la utilización
de ellos solamente abona nuevos fracasos.
Algunos
se encierran en una idea rayana con el pensamiento mágico e imaginan que tomar
una serie de cursos o inclusive realizar alguna carrera de postgrado (más allá
que es un recurso que nos parece adecuado) por sí solo servirá para que las
competencias apuntadas se desarrollen naturalmente. Esto no es otra cosa que
una versión académica de lo que llamamos el “síndrome de Popeye”, por ese
marino de las viejas caricaturas que en los momentos críticos comía su porción
de espinacas y se convertía instantáneamente en un forzudo capaz de superar
cualquier problema… La cosa no funciona así: demasiado mal genera en las carreras
profesionales la sensación de que la mejora del desempeño es producto de los
aditamentos que podamos incorporar.
Otros,
se abrazan en cambio a una falsa idea de experiencia igualmente nociva:
imaginando que el simple transcurrir del tiempo y repetición de la
cotidianeidad acabará por generar un efecto acumulativo que a la larga
solucionará los males: desde ya que nada de esto sucederá. En todo caso nos
estrellaremos una y otra vez contra el mismo muro.
La
educación permanente es un aspecto necesario, capitalizar positivamente las
vivencias pero por si solos no son suficientes: un aprendizaje significativo
(en torno a éste como a cualquier otro rol) implica ante todo una búsqueda
anterior que nos lleve a reconocernos en nuestra completa dimensión y a un profundo
entendimiento acerca de que hacer con nuestros conocimientos y experiencia y
como contextualizarnos en forma apropiada.
Los
estudiosos de las disciplinas orientales utilizan una expresión que bien puede
servirnos como referencia en este camino: SHI HA RI
En
esta expresión pueden identificarse tres conceptos claves que representan la
profundidad necesaria a desarrollar en todo proceso de aprendizaje:
El SHI
es la adopción: toda persona que se inicia en una disciplina, lo primero que
debe hacer es incorporar aquellas ideas y prácticas que se le transmiten (que
en el caso de una profesión están sustentadas en una teoría probada y prácticas
asociadas. Pero está claro que esto es apenas un primer paso y a todas luces
insuficiente: quien queda simplemente este estadio, apenas será un repetidor de
ideas que a cada paso que trate de dar se convertirán más en limitaciones que
en impulsores del progreso.
El
siguiente paso es HA, que representa la capacidad de adaptación: poder llevar
el conocimiento adquirido en forma abstracta a nuestras condiciones personales,
rasgos de nuestro carácter y ámbito de desempeño. Es un avance importante, pero
aún insuficiente: se agota de alguna manera en esquemas preestablecidos que
sufren una inevitable entropía con el mismo devenir.
Avanzar
en el verdadero aprendizaje significa superar estas etapas y llevar el
desempeño al nivel RI, que es la deconstrucción. La capacidad para desmenuzar
lo adquirido y ser capaz de edificar con ello nuevas ideas y prácticas, romper
con la sujeción funcional de lo aceptado y dejar fluir en libertad nuestro
pensamiento, aún a riesgo de equivocarnos.
Quien
no es capaz de deconstruir sus conocimientos y hacer con ello algo nuevo, nunca
podrá avanzar en el camino de la verdadera maestría.
Claro,
para poder avanzar en este nivel de desarrollo se requiere valentía: el
ejercicio práctico de la gerencia es un terreno de herejes e iconoclastas sin
lugar a dudas.
Decididamente,
el progreso en este tipo de roles no es un problema de conceptos y “herramientas”,
sino ante todo de creencias y hábitos de trabajo y aunque no lo parezca, esto
muchas veces es lo más difícil de generar.
Quien no es capaz de deconstruir sus
conocimientos y hacer con ello algo nuevo, nunca podrá avanzar en el camino de
la verdadera maestría.
Esta
tarea de verdadero descubrimiento (del rol y de las competencias necesarias
para su ejercicio) requiere obviamente de un profundo compromiso y dedicación
y, seamos también honestos en esta cuestión, de importantes sacrificios y una cierta
inconformidad que nos lleva de una manera constante a tratar de cruzar los
límites. En definitiva, como habitualmente lo decimos: la real diferencia entre
lo bastante bueno y lo verdaderamente excelente, no es otra que la PASIÓN.
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