Miedos


 










Hoy escribe... Fernando Grosso, Director Ejecutivo del CEDELI


MIEDOS

 

El miedo es una de las emociones más básicas y primales del ser humano y por cierto, la que más ligada se encuentra con nuestras aptitudes de supervivencia y conservación.

 

Ninguno de nosotros estaríamos hoy aquí si desde nuestro mismo nacimiento no estuviéramos programados para tener miedo: ya habríamos muerto hace tiempo electrocutados con los dedos en un enchufe, desnucados tras un salto mortal desde una terraza o con graves quemaduras luego de probar en directo el calor de una fogata.

 

Los miedos representan los muros de una fortaleza que nos protege del mundo externos y sus amenazas y dese este punto de vista se constituyen en un mecanismo indispensable de protección.

 

También es cierto, que los miedos que no somos capaces de controlar se convierten en un límite para nuestro crecimiento, son fuerzas que nos impulsan a mantener nuestra zona de comodidad reprimiendo nuestra iniciativa para la búsqueda de cosas nuevas. Está claro también, que si todo nuestro comportamiento estuviera exclusivamente regido por nuestros miedos, tampoco nuestra especie hubiese sobrevivido.

 

Dejando de lado los miedos patológicos (fobias) que representan enfermedades mentales que ameritan un tratamiento particular, los seres humanos tememos más o menos las mismas cosas (más allá de como cada uno las interprete y vehiculice): tememos a la muerte, a la incertidumbre, a la enfermedad, a la marginación, al desamor…

 

Todos ellos son legítimos, todos los tenemos y es bueno que así sea, mientras no nos dominen. Aquel que se dice libre de temores, el temerario, realmente o se autoengaña o es un imbécil que tarde o temprano terminará haciéndose daño a sí mismo y a quienes lo rodean.

 

El proceso de maduración de un ser humano es un recorrido en pos de la elaboración de sus miedos, no de la eliminación, sino de la posibilidad de regularlos y superarlos con crecimiento.

 

Cuando algo nos da mucho miedo, realmente nos da pánico, nuestra reacción más primaria es literalmente paralizarnos: el miedo nos afecta hasta en nuestras reacciones físicas más elementales y esta somatización se exterioriza y nuestro cuerpo no nos responde. Nos volvemos torpes e incapaces hasta de los más mínimos gestos de protección.

 

Si somos capaces de superar esta etapa, habremos dado el primer paso hacia la elaboración de nuestros miedos, y entramos entonces en el plano de las respuestas automáticas de supervivencia.

 

La primera de ellas es la huida, cuando algo nos atemoriza lo suficiente, aunque no tanto como para paralizarnos la reacción más natural es tratar de escapar, poner distancia entre el objeto de temor y nosotros, aunque sea una distancia simbólica muchas veces (por ejemplo, cerramos los ojos o giramos el rostro frente a la escena, o instintivamente levantamos los brazos para cubrirnos).

 

Dando un paso más en el proceso de elaboración, el escalón siguiente de la superación, responde al segundo mecanismo básico de supervivencia: luchar. Si algo no nos atemoriza lo suficiente como para escapar (o nos sentimos acorralados), la acción inmediata es agredir al objeto de temor.

 

Solamente cuando somos capaces de superar las instancias elementales de reacción instintiva y podemos llevar nuestros miedos al plano de la razón, podremos decir que hemos superado las fases negativas del miedo: las reacciones frente al mismo son volitivas y en consecuencia más eficaces, no nos sentimos restringidos y somos capaces de ir más allá del temor, sin negarlo ni desconocerlo, pero haciendo de él una base de prevención que nos permite tomar impulso para ir más allá de nuestro confort, con un riesgo asumido racionalmente.

 

La persona que ha sido capaz de superar sus miedos y darle la justa medida de su requerimiento, es aquella que permanece serena aún en las peores situaciones, no porque no tome consciencia de ellas sino que, por el contrario, es capaz de hacer jugar sus impulsos naturales a su favor.

 

Vencer los miedos, dominarlos, darle su justa medida, es un proceso de reflexión y aprendizaje, que generalmente implica poder haber llegado a un genuino autoconocimiento y a la comprensión de la razón profunda de las cosas que nos rodean. 


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