LAS CONVERSACIONES Y EL LENGUAJE EN LA CONSTRUCCIÓN DE LA REALIDAD
Hoy escribe... Raúl Volker, integrante del Comité Ejecutivo del CEDELI
LAS
CONVERSACIONES Y EL LENGUAJE EN LA CONSTRUCCIÓN DE LA REALIDAD
Nada hay
desde lo antroposocial que no dependa del lenguaje; y hay una tendencia a
reducirlo todo a ese lenguaje; pero todo lo que es lenguaje procede de algo
distinto, y va hacia algo distinto y expresa algo distinto que está en ese mismo
lenguaje del cual están compuestas las conversaciones. Lo esencial del lenguaje
es que da significados, y está en relación con algo distinto de sí mismo.
La
neurolingüística y las neuropsicologías nos muestran la complejidad del vínculo
entre el lenguaje, el aparato neuronal, el psiquismo humano, la cultura y la
sociedad; y esto evidencia que ese lenguaje depende de las interrelaciones
entre los individuos y que estos dependen del lenguaje. Depende, además, de los
espíritus humanos, espíritus que dependen de ese lenguaje para emerger en su
propia manifestación espiritual.
El
lenguaje es autónomo y a la vez dependiente de la emergencia de una sociedad
donde comienzan a germinar las palabras y donde ese lenguaje que las contiene,
hace más sociedad aún; una sociedad donde el hombre habla en el lenguaje que le
hablan para hacerse más sociedad.
Es así
como ese lenguaje se hace soberano y poderoso, porque aparece como el generador
de todas las cosas humanas y como el locutor de todas las palabras. Es el
lenguaje el que ha hecho al hombre, pero ese lenguaje hacedor no tiene una
existencia si no es a través de su representación mental en los organismos de
los seres humanos que lo inventan incesantemente.
Es aquí
donde la naturaleza y estructura del lenguaje, se trasladan a la estructura del
espíritu y cerebro humano, y es ahí donde ocurre la íntima realidad del sujeto objetivante.
Es ahí donde las conversaciones encuentran su oportunidad de construir sentido.
Surge
entonces la esencia del sentido de esas palabras de la conversación, siendo la
emergencia que brota de las actividades de ese lenguaje que retroactúa
incesantemente sobre las actividades donde nuevas palabras germinan su sentido
y estallan para hacer brotar otros significados que solo se encontraban en una
forma virtual.
Ese
sentido establece la relación cognitiva entre los fenómenos y los objetos. Ese
sentido emerge en un proceso psíquico-cerebral a partir del fondo cultural
almacenado en nuestra memoria y desde nuestras experiencias vividas, donde se
ponen en funcionamiento las intervenciones dialógicas que se determinan en una
interdependencia de sentidos emergentes, con palabras que dialógicamente se
interdefinen mutuamente en un circuito virtuoso (o puede ser vicioso) y lleva a
movilizarnos con interdefiniciones relativas entre las palabras que decimos.
Esas
palabras que utilizamos son polisémicas y nos encuentran dándose entre sí,
muchas veces, sentidos excluyentes; pero es el todo lo que contribuye a darle
sentido a las partes, y así contribuye a darle un sentido a ese todo.
Este
abordaje sistémico y complejo de nuestras intervenciones dialógicas, termina
con el supuesto de que la naturaleza, la ciencia y las relaciones sociales
pueden ser descriptas, analizadas y controladas en términos simples con una
lógica lineal.
El
paradigma de una realidad unidimensional que obedece a una lógica de simplificación
reduccionista y lineal parece arraigarse para asistir a un mundo en un
acelerado proceso de cambio (en un mundo al que hoy llaman VICA); y esa
incoherencia es en gran medida responsable de los conflictos y crisis en las
que habitamos.
Sin lugar
a duda, los estudios sistémicos han abierto senderos de pensamiento e
investigación que cambiaron nuestra relación con la naturaleza, las ciencias y
las relaciones sociales; pero este acercamiento no debe quedarse solo en el
plano teórico y sin su implementación, siendo algo que se transforma, en
definitiva, en una gran carencia de sentidos donde sabemos demasiadas cosas,
pero comprendemos demasiado poco.
El
economista Manfred Max Neef frecuentemente refiere a que podemos alcanzar todo
el conocimiento que existe (es decir alcanzar todo el saber) desde la teología,
la antropología, la sociología, la psicología y la bioquímica, acerca de un
fenómeno tan frecuente y común como “el amor”, y sabremos todo lo que se puede
saber acerca del amor; pero tarde o temprano descubriremos que jamás vamos a
“comprender” el amor a menos que nos enamoremos.
Debemos
tomar conciencia de que no alcanza con “conocer”, y que tomar solo los
conocimientos no es la ruta que lleva al comprender. Ese comprender exige
entonces, tomar otros caminos. Vamos a comprender aquello de lo cual nos
hacemos parte ya que, comprender es el resultado de integrar, mientras que el
conocimiento (o el saber) es el resultado reduccionista del separar.
Como una
manifestación concreta del sentido emergente de esas intervenciones dialógicas,
una vez “comprendido” el sentido emergente de esas palabras que construyen la
conversación, no debemos olvidar que además somos parte de esas interacciones conversacionales, y somos
observadores y observados, por lo cual desde ese lugar en que habitamos nuestra
realidad evenencial, ya no tenemos nuestro Universo objetivo y absoluto como lo
solíamos percibir, sino que se manifiesta en su riqueza y en la diversidad de
sentidos, una multiplicidad de universos posibles de una relativa objetividad (y
de íntimas subjetividades).
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