El líder como conductor político
Hoy escribe... Fernando Grosso, Director Ejecutivo del CEDELI
A menudo se interpreta el liderazgo
como un fenómeno interpersonal que se desarrolla a partir del vínculo que se
genera entre el líder y sus seguidores y está bien que se constituya en una
primera base de comprensión de un fenómeno social cuya característica práctica
determinante es la capacidad de una persona para ejercer influencia sobre otra
guiando así su comportamiento.
La construcción de estos canales de
influencia parten de una base primaria que involucra formas de interacción
tales como el ejercicio de la autoridad, la persuasión, el diálogo, el
entrenamiento y derivados que implican un contacto “cara a cara” propio de la
formación de cualquier equipo de trabajo de alto desempeño.
Sin embargo, todos sabemos que
existen fenómenos de liderazgo cuyo alcance es mucho más amplio que la
posibilidad de generar este “cara a cara” y su esencia es esencialmente
mediática, dado que se refiere a fenómenos sociales de mayor alcance y diversidad
tales como comunidades abiertas, grandes espacios institucionales o el conjunto
de una sociedad. Este es el terreno donde se construyen, por ejemplo, los grandes espacios de liderazgo
social y/o político.
La construcción de un liderazgo de
estas características requiere de una base de sustentación en la identificación
de la comunidad con una “imagen” que el líder genera, puesto que el espacio de
interacción individual con los seguidores es escaso o sencillamente nulo y se
interpreta a través de una comunicación unilateral sostenida por uno o varios
medios de comunicación masiva y, en todo caso, interpretada en lo cotidiano por
una estructura de liderazgo subyacente que puede ocupar distintos estamentos
según la dimensión de la masa social.
Es en este tipo de realidades donde
decimos que el líder se configura ante todo como un conductor político: debe
sostener a lo largo del tiempo una visión que sea capaz de alinear voluntades,
dándole un contenido práctico en la acción y sustentabilidad en el tiempo,
creando un marco amplio de intersubjetividad que de contenido a dichas acciones
(lo que habitualmente llamamos relato).
Para las corrientes tradicionales de
la psicología social este tipo de liderazgo suelen ser un fenómeno puramente
emergente en la mayoría de los casos y como tal efímeros en función de la
dinámica de transformación del contexto que le dio origen.
Nosotros creemos en contrapartida,
que a pesar del peso de las emergencias, existe un modelo estratégico de
construcción de poder que puede hacerse sustentable, aun atravesando
turbulencias y grandes cambios, si se es capaz de sostener en forma consistente
y con integridad.
Primeramente, es claro que en todos
los casos deberemos plantearnos la adaptación al marco socio-cultural que
contiene la realidad social que nos ocupa.
Este marco tiene particularidades que
son propias, pero también tenemos que tener en cuenta que existen parámetros
antropológicos que son inalterables más allá de coyunturas: el respeto por la
integridad, la visión de progreso, el valor de la perseverancia, el optimismo…
Es viable saltar las presiones de la coyuntura cuando se es consecuente en esta
línea, de lo contrario se es extremadamente vulnerable a los vaivenes del
contexto.
Pero la verdadera sustentabilidad del
líder en su rol de conductor político es mantener la estrecha coherencia entre
las tres grandes dimensiones en las que sustente su construcción.
La primera dimensión es la IDEOLOGIA,
el núcleo de conceptos de base en los que se sustenta el modelo y nutren el
proyecto que tratad e encarnar las creencias y expectativas amplias de los
seguidores en relación con las convicciones del líder y su cosmovisión del
entorno amplio en que se desenvuelve.
Un proyecto sin ideología, es un
proyecto vacío de contenidos, susceptible de caer en contradicciones
intrínsecas en la acción o en todo caso en un desmedido utilitarismo peligroso
para la diversidad de un tramado social.
Un proyecto que sea “solamente
ideología” fracasara indefectiblemente en la práctica y se convertirá a la
larga en el caldo de cultivos de mesiánicos y fanáticos.
La segunda dimensión es la AXIOLOGIA,
indivisible de la anterior, se sustenta fundamentalmente en los valores
irrenunciables, los principios éticos que deben establecer los límites de toda
acción basado en una ética personal que se proyecte como ejemplo y reflejo de
las bases de una moral social indispensable de preservar. Un proyecto sin
valores, es susceptible de sufrir en forma permanente la ponzoña de la
corrupción y alimentar lo más oscuro de las pasiones humanas.
Un proyecto que sea “solamente
valores” se encontrará falto de capacidad de acción y será vulnerable a muchas
necesidades coyunturales del entorno que no podremos eludir.
Finalmente, deberemos conjugar una
tercera dimensión que es la PRAXIS, la acción cotidiana en la pueden reflejarse
en forma concreta los avances del proyecto en concordancia con las dos
dimensiones anteriores.
Un proyecto sin un correlato práctico
y acciones concretas es puro idealismo y, en el mejor de los casos, una vana
pretensión intelectual. Un proyecto que solamente contemple la praxis será cuna
de oportunistas y demagogos.
La sustentabilidad de cualquier
liderazgo de alcance social y sus sustentabilidad en el tiempo, dependerá en
definitiva de las capacidades del líder para sostener en armonía estas tres
dimensiones y construir pacientemente una amplia estructura de liderazgos
intermedios capaces de actuar en sintonía con este modelo.
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